El casamiento, un acto desparejo
Fabio FusaroPor Fabio Fusaro miércoles 9 de febrero de 2011 06:33 PST
Las feministas no dejan de reclamar la igualdad entre el hombre y la mujer.
Y la verdad que yo también estoy empezando a reclamar la igualdad entre el hombre y la mujer, porque los hombres estamos en una desventaja tan grande ante el sexo opuesto que verdaderamente da miedo.
Un ejemplo de esta desigualdad es el acto del casamiento.
Llega el momento de la Iglesia.
Atención: Se encienden todas las luces, los invitados se ponen de pie, se abren las enormes puertas y al son de una imponente música la novia hace su “majestuosa” entrada.
Atraviesa toda la iglesia caminando lentamente ante la mirada de todos los presentes.
El novio ya estaba ahí desde hacía como cuarenta minutos cuando todavía no había llegado casi nadie. Entró por una puerta del costadito y con la iglesia en penumbras se puso a pavear por el altar y a intercambiar algunas charlas con los ocupantes de los primeros bancos que en realidad le daban bastante poca pelota.
La novia mientras se vestía (con tu blanco vestido que había costado una fortuna), se peinaba y se maquillaba tuvo un séquito formado por la modista, la maquilladora, la peinadora, la madre y la mejor amiga entre otras y además al fotógrafo en exclusiva, mientras que el novio se puso su alquilado traje, smoking o disfraz de concertista de piano sin tanto piripipí y sin ni una mísera fotito que inmortalice su última afeitada de soltero.
La novia llegará a la iglesia en el lujoso auto dispuesto para tal fin.
El novio en el lujoso auto va a viajar recién a la salida solo porque va a acompañar a la novia. Pero a la iglesia llegó como pudo y a nadie le importó demasiado.
Recuerdo la llegada al salón de fiestas la noche que me casé. Tenía un hambre que no veía la hora de atacar la mesa de quesos (antes los quesos eran más baratos) un canapé de cualquier cosa, un sandwich de miga o lo que venga, pero antes de ir hacia el salón había que ir a sacar fotos a esos lugares a los que uno nunca va, pero que en las fotos la novia se luce.
La idea de pasar con el auto por un local de comidas rápidas fue descartada de plano por mi flamante mujer. Nunca supe por qué.
El caso es que al llegar al salón los encargados del estacionamiento debían levantarnos una barrera para pasar con el auto. Como estaban medios distraídos, nuestro chofer (mi amigo el negro) los alertó con un toque de bocina.
“¡Che! ¡Llegó la novia! ¡Dale! ¡Abrí que vino la novia!”, le gritaba uno al otro.
Caramba, había llegado “la novia”… ¿Y yo qué papel cumplía?
Porque digamos que para que pueda existir una novia, necesariamente tiene que haber un novio.
Novio que también esa noche se supone que es una parte importante de la celebración.
Parecía que no.
¡¡Igualdad!! ¡¡Igualdad!!
Horacio Fehling
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miércoles, 23 de febrero de 2011
El casamiento, un acto desparejo
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